jueves, 17 de julio de 2014

Castilla - Azorín

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Los escritores de la Generación del 98 sintieron una atracción especial por las tierras de Castilla a pesar de no ser castellanos: Unamuno y Baroja eran vascos, Valle-Inclán gallego, Azorín alicantino y Machado era de Sevilla. Yo, que soy gallega, entiendo también lo exótico de la llanura castellana.

Reconozco que al abrir Castilla, pensaba encontrarme con un libro de viajes, de recuerdos o impresiones, pero no fue así. Castilla habla sobre la llegada del ferrocarril, sobre las fondas, ventas y posadas, sobre la fiesta de los toros (en la visión amable del poeta Juan Bautista Arriata o en su versión satírica de Eugenio de Tapia) y después cambia un poco el tono y se vuelve algo más intimista, si esa es la palabra. Habla sobre todo del paso del tiempo (por ejemplo en "Una ciudad y un  balcón", "La catedral"), de lo que Unamuno denominaba la "intrahistoria", la vida cotidiana de las gentes sencillas. Un mismo paisaje le sirve a Azorín para describir su transición en el tiempo: con un catalejo veremos la llegada de un caballero (suponemos del siglo XVI) por el mismo sitio en el que siglos más tarde veremos cruzar trenes llenos de viajeros (ppios del siglo XX).  Preocupa mucho a Azorín el destino del hombre, la vida y la muerte, el tiempo que gira como una rueda, repitiendo hasta el infinito las mismas vidas y los mismos sentimientos. Sí, quizás nos pensemos distintos a las gentes que vivieron antes que nosotros, pero hoy podemos observar edificios que otros vieron antes, las mismas estrellas, las nubes, el cielo, el mar, o podemos ser el mismo tropel de estudiantes por las calles de Salamanca, un tropel diferente, pero seguro que con las mismas motivaciones y ansias.
“"Vivir - escribe el poeta - es ver pasar". Sí; vivir es ver pasar: ver pasar, allá en lo alto, las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver. Es ver volver todo en un retorno perdurable, eterno; ver volver todo - angustias, alegrías, esperanzas - como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables".
Me han gustado las reflexiones de Azorín sobre la vida y el tiempo, aunque su lectura a veces no resulte fácil con tanto vocabulario hoy en desuso, pero, aunque el libro es muy interesante y nos dé muestras de una gran sensibilidad ante el paisaje castellano, no es Castilla uno de los libros que volvería a releer en el futuro. Aunque le debo ahora el conocimiento de Aureliano de Beruete, a quien Azorín dedica su libro, vale la pena pararse y buscar su obra. Aquí un ejemplo:

Aureliano de Beruete

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