lunes, 15 de febrero de 2016

Infancia en Berlín hacia 1900 - Walter Benjamin




Terminaba Proust Por el camino de Swann con esta maravillosa frase:

"[...]recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años." 


Walter Benjamin, que por cierto también era un gran admirador de la obra de Marcel Proust, escribió Infancia en Berlín hacia 1900 estando lejos de su tierra. Habiendo sido muy crítico con Hitler, Walter Benjamin, filósofo judío y de izquierdas, decidió irse de Alemania antes de que Hitler llegara al poder. Vivió en España, pero luego se estableció en París, aunque tendría que abandonar la capital francesa debido a la ocupación nazi. En Portbou, pueblo español fronterizo, se suicida en 1940, después de que la policía española retuviera al grupo en el que viajaba y ante el miedo de ser deportado de nuevo a un París ocupado por el nazismo. Tenía 48 años.

De un hombre exiliado, lejos del ambiente donde creció, y sabedor de que no volvería a pisar nunca su tierra surgen estos nostálgicos recuerdos de infancia. Como Proust, aunque con un estilo literario distinto, rememora detalles y recuerdos de su niñez. A veces nos habla de sonidos, como en "El teléfono", donde recuerda el terrible sonido del teléfono de principios de siglo, ubicado en lo más lejano del pasillo. En otros de estos breves textos nos lleva a pasear por su ciudad, como el "Tiergarten" o "El mercado de la Plaza de Magdeburgo", o al zoo, donde nos habla de lo que le gustaba observar a "La Nutria". Nos habla también de los goces infantiles, como la extraña maquina de "Panorama Imperial", donde iba viendo las postales/diapositivas de otros lugares, o cuando iba a la "Caza de mariposas", en el jardín del Brauhausberg.
Panorama Imperial. Imagen perteneciente a Wikimedia Commons. 
Nos presenta a su tía Lehmann, que vivía en "Calle de Steglitz, esquina a Genthin" y también a su abuela, que era una gran viajera y que vivía en la calle "Blumeshof 12". Y nos deja entrar, en "Veladas", uno de los textos que más me han gustado por cierto, a la preparación de una de las cenas que sus padres organizaban en casa.

A mí me ha parecido un libro precioso. Una forma hermosa no sólo de recordar el pasado, sino de dejarlo escrito. Una forma de decirle al mundo que se ha sido niño y que todavía se recuerdan, y siguen siendo importantes, esos sencillos momentos que conforman la infancia. Y también es una bonita dedicatoria a una ciudad como Berlín, antes de la Guerra.

Destaco sobre todo dos citas, la primera extraída del texto "Mummerehlen" y la segunda de "Juego de letras":
"¿Qué es lo que oigo? No escucho el ruido de los cañones, ni la música de Offenbach, ni tampoco el silbido de las sirenas de las fábricas, ni los gritos que a mediodía resuenan por la Bolsa, ni siquiera el ruido acompasado de los caballos en los adoquines, ni la música de las marchas militares del cambio de la guardia. No, lo que escucho es el breve estruendo de la antracita que de un cubo de hojalata va cayendo en la estufa de hierro; es el chasquido sordo con que la llama de la mecha de gas se enciende y el tintineo de los globos de la lámpara sobre las llantas de latón cuando pasa un carruaje por la calle. Había también otros ruidos, como el chacolotear de la cesta con las llaves, los dos timbres, el de la escalera principal y el de servicio, y, por último, había también el breve verso que decía: Te voy a contar algo de la «Mummerehlen».
El pequeño verso está deformado; sin embargo, en él cabe todo el mundo desfigurado de la infancia.

***
 Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos. Quizás esté bien así. El choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instante deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia. De otra manera la comprendemos, y tanto mejor, cuanto más profundo yace en nosotros lo olvidado